Las charlas de motivación o inspiración se han convertido en una de las áreas de mayor demanda de la “industria del liderazgo”. Su utilidad está en entredicho.
Las lluvias de finales de agosto son un síntoma inequívoco de que el largo y cálido verano concluye. Y con el fin del estío, la rutina se abalanza sobre nosotros precipitadamente, sin preámbulos ni consentimiento. Asumámoslo. Siempre ha sido así, y esta vez no iba a ser diferente.
Casi con toda seguridad, la vuelta al cole nos deparará tantas alegrías como inquietudes, por lo que un poco de motivación bien dosificada y desplegada a todos los niveles operativos, podría ser de ayuda para superar este periodo de transición forzada entre el no tener nada que hacer, y el no tener tiempo para hacer nada. ¿Podría?
Vayan por delante mis escasas simpatías (nulas) hacia quienes se autoproclaman como especialistas en motivación, coaches de motivación, u oradores motivacionales, y mi total animadversión hacia aquellas/os directivas/os cuyo despótico comportamiento es de sobra conocido, y a pesar de ello, insisten en fábulas y cuentos de hadas que no se cree nadie.
No obstante, sería bastante cínico por mi parte, afirmar que toda motivación extrínseca es en balde, pues quien más y quien menos habrá precisado de ella en algún momento de su vida. Un reciente artículo publicado en el número de verano de Harvard Business Review, presenta los resultados de más de dos décadas de estudios realizados por Jacqueline y Milton Mayfield sobre la Teoría del Lenguaje Motivador.
Esta teoría, parte de la idea de que la habilidad para levantar el ánimo de un equipo de trabajo y estimularlo oportunamente para mejorar su rendimiento, es una condición sine qua non para todo aquel que aspire a ser un buen líder. Se estructura en tres premisas: mostrar el camino, demostrar empatía y construir sentido. Todas ellas, fruto del estudio de las estrategias de preparación mental de atletas de élite, ejércitos y personalidades del mundo del espectáculo.
La primera, mostrar el camino, se basa en el empleo de un tipo de lenguaje que ayude a reducir la incertidumbre. Los líderes deben facilitar información sobre cómo realizar, o completar una tarea, proporcionando instrucciones fáciles de entender, definiciones precisas de tareas y detalles sobre cómo se evaluarán los resultados.
En segundo lugar, para demostrar empatía, el líder deberá considerar a los componentes de su equipo, como seres humanos con motivaciones tanto racionales, como emocionales, y decidir con agilidad y delicadeza, en qué momentos favorecer más unos aspectos obre otros. Un buen arsenal de expresiones de elogio, gratitud, ánimo, y reconocimiento, no deben faltar en el repertorio de ningún buen líder, o de todo aquel que aspire a serlo. Frases del estilo de “¿Cómo vamos?” “Soy consciente de que nos enfrentamos a un reto complejo, pero vamos a superarlo” “Vuestro bienestar es una de mis prioridades” nos dan algunas pistas básicas sobre cómo articular nuestro lenguaje para que tenga mayor impacto.
Finalmente, la construcción de sentido ayudará a cimentar el espíritu de equipo necesario para entreverar el propósito de la organización con los objetivos de negocio y las aspiraciones de sus empleados.
El storytelling, o el empleo de historias y anécdotas -acompañadas de sus respectivas metáforas, símiles, analogías y contrastes- oportunamente estructuradas para inspirar a través del ejemplo, ha sido desde el principio de los tiempos, la estrategia de persuasión más utilizada para impulsar cambios en todos los sentidos que se nos puedan ocurrir. De hecho, si recordamos la “Retórica” del estagirita, nos sorprenderá gratamente descubrir que los principios que acabamos de comentar tienen más de 2300 años de historia y no son otros que el logos, el ethos y el pathos; es decir, para mover a alguien a hacer algo, debemos valernos de argumentos lógicos y razonados, establecer altos niveles de credibilidad personal y espabilar sus emociones.
En definitiva, una buena charla de motivación debe incluir los tres elementos y ajustarlos en función del contexto y de la audiencia. Sin embargo, la realidad es que ninguna charla de motivación convertirá a un equipo mediocre en un gran equipo, ni cambiará ninguna situación, a menos que se trabaje con diligencia (y paciencia) antes y después de la misma en los aspectos que pretende mejorar.
Mientras que la inspiración puede ayudar a algunos a sentirse bien consigo mismos y motivados en el momento, no es frecuente que esta contribuya a cambiar su conducta ni tan siquiera de manera temporal.
De la misma manera en que nadie espera que la calidad de un producto, o servicio mejore por mucho que se hable del mismo en reuniones y conferencias (sino que lo hará a través de la definición, evaluación y ajuste constante de medidas operativas específicas), resulta naíf (por no decir nada más fuete) confiar en charlas de motivación para mejorar el rendimiento de un equipo. La inspiración y la motivación que genera no hace absolutamente nada para cambiar las circunstancias en que la audiencia a la que va dirigida trabaja.
Un buen líder reconocerá las limitaciones prácticas de las charlas de motivación y trabajará mucho más arduamente en mejorar el entorno de trabajo y las relaciones entre empleados y departamentos, que en prepararse discursos de motivación, o contratar a “motivadores profesionales”. Si en tu trabajo has tenido unas cuantas charlas de motivación y todo sigue igual, alguien no está cumpliendo con sus obligaciones.
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Imagen: Al Pacino en Un domingo cualquiera. ©Warner Bros 1999
Lina Valdés a las dijo:
He dedicado unas buenas horas a leer varias de tus publicaciones. Inicialmente llegué por el tema Branding y me quedé. Gracias, de los pocos sitios decentes, con buenos argumentos y que evidencia conocimiento por parte del autor que he encontrado.
Jorge González a las dijo:
Muchas Gracias por el comentario Lina.
Me curro mucho los artículos que escribo. Aunque algunos me salen más entretenidos que otros :)