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El privilegio de presumir de tener algo que otros no pueden tener, está transformándose en el privilegio de hacer algo que otros no pueden hacer.
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El privilegio de presumir de tener algo que otros no pueden tener, está transformándose en el privilegio de hacer algo que otros no pueden hacer.
No existe nada que pueda considerarse como una marca de lujo genérica. Las marcas de lujo pueden percibirse de distinta manera por distintas personas, e incluso pueden contener distintos significados para una misma persona.
A pesar de que los bienes y los servicios de lujo están muy lejos de ser homogéneos, es difícil encontrar una clasificación efectiva que ayude a categorizarlos para mejorar su gestión.
Extender el capital de una marca de lujo hacia nuevos territorios es una tentación omnipresente para sus gestores. Sin embargo, el hecho de que las probabilidades de hundir su prestigio por el camino, sean más altas que las de multiplicarlo, hacen que se cuestionen continuamente la manera de discriminar qué alternativas tendrían éxito y qué otras no.
Al lujo le gusta asociarse al arte, porque como este, busca ser percibido como intemporal y universal.
El lujo como concepto, trasciende lo material. Está sujeto a un contexto tanto social como individual. Así, lo que entendemos por lujo, varía con el entorno (el momento y el lugar) y con las percepciones individuales.
Según el Observatorio del Mercado Premium del IE Business School, 3,5 millones de las 16 millones de familias que hay en España, compran en algún momento de su vida un objeto de lujo. Aunque de éstas familias únicamente 100.000 dedican más de 10.000 euros al año a la adquisición de estos productos, existe un gran número de clientes aspiracionales a los que vender sueños de maneras más asequibles, pero igualmente rentables.
El crecimiento de una marca de lujo sin perder el caché por el camino, es el mayor de los rompecabezas con los que se enfrentan a diario sus gestores.