¿Te has parado a pensar en el dinero que dejas de ganar y en los costes adicionales en los que incurre tu marca cuando provocas malas experiencias en tus clientes?
¿Te has parado a pensar en el dinero que dejas de ganar y en los costes adicionales en los que incurre tu marca cuando provocas malas experiencias en tus clientes?
Para que una marca pueda desarrollar todo su potencial, es esencial comprender dónde empieza y termina la experiencia de sus clientes con la misma.
Cuando hablamos de emociones para referirnos a la Experiencia de Cliente de una marca, ¿sabemos de lo que hablamos? ¿O hablamos por hablar?
Crear una marca pensando en el dinero que va a generar es como pretender pintar un cuadro con un modelo matemático. Un bluff. Detrás de todas las mejores marcas siempre hay un propósito, un problema que resolver, una diferencia significativa que marcar. Su rentabilidad es una consecuencia, no un fin.
Históricamente, las interacciones entre las marcas y sus clientes a través de distintos canales, se han gestionado por departamentos aislados. Hoy en día, ofrecer experiencias consistentes y coherentes a través de puntos de contacto misceláneos, supone un gran reto, que sólo puede superarse integrando su gestión.
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Indistintamente de cómo se posicione una marca en su mercado, no es casualidad que aquellas que se comprometen con la excelencia en la gestión de las experiencias que generan, sean las más valoradas y recomendadas por sus clientes, empleados y accionistas.
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En el anterior post vimos un marco con el que enfocar la marca hacia el cliente. Hoy vamos a ver cómo utilizarlo para resolver problemas concretos.
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De afirmar que una marca está enfocada al cliente, a que este la perciba, la sienta y la valore como tal, media un abismo. Tan solo aquellas marcas capaces de facilitar y mejorar la vida de sus clientes a través de soluciones experienciales, estarán en condiciones de que nos las creamos, las prefiramos, y las recomendemos.